15/3/07

Ante la iniciativa para legalizar el aborto

"¡Dios te bendiga, México, por los ejemplos de
humanidad y de fe de tu gente, por los esfuerzos
en defender a la familia y la vida!"
Juan Pablo II

México, D.F., 15 de marzo de 2007.- En los próximos días se estará discutiendo en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal una iniciativa que permite el aborto durante las primeras 14 semanas de gestación, y abre la puerta para que médicos del sistema de salud usen la píldora abortiva RU-486 para “interrumpir” el embarazo. Ante esta iniciativa de exterminio, como pastores, pero sobre todo como seres humanos, estamos obligados a alzar la voz en favor de la vida de los más indefensos.

Con la fecundación ha comenzado la aventura de una vida humana. A esta evidencia de siempre, la ciencia sigue aportando valiosas confirmaciones; desde el primer instante queda fijado el programa de lo que será un ser humano individual, con sus notas características ya bien determinadas. Pero aún si hubiese duda sobre la cuestión de si el fruto de la concepción es ya una persona humana, es objetivamente un pecado grave el atreverse a afrontar el riesgo de un homicidio.

La Constitución Política de lo Estados Unidos Mexicanos, en su artículo 14, consagra el respeto a la vida como fundamento de los demás derechos: “Nadie podrá ser privado de la vida”. El Estado tiene el deber de garantizar y favorecer el respeto a la vida de todo ser humano por ser un elemento constitutivo de la sociedad civil y de su legislación. El Santo Padre Benedicto XVI nos recuerda en la Instrucción Donum Vitae que el derecho a la vida no está subordinado “ni a los individuos ni a los padres, y tampoco es una concesión de la sociedad o del Estado: pertenecen a la naturaleza humana y es inherente a la persona (…) Cuando una ley positiva priva a una categoría de seres humanos de la protección que el ordenamiento civil les debe, el Estado niega la igualdad de todos ante la ley. Cuando el Estado no pone su poder al servicio de los derechos de todo ciudadano, y particularmente de quien es más débil, se quebrantan los fundamentos mismos del Estado de derecho”.

A la luz de la fe, de la ley y de la razón, hacemos un llamado urgente a los legisladores, a los científicos y profesionales de la salud, y a todo el pueblo de México a reafirmar su compromiso con la vida. La labor esencial de una sociedad justa e incluyente debe ser la protección de todo ser humano, desde su concepción hasta su muerte.

Que el Señor de la vida acompañe al pueblo de México en sus esfuerzos en defensa de los más pequeños, a los padres mexicanos en el cumplimiento de la misión sublime que les fue encomendada y, de manera especial, a nuestros hermanos que tienen bajo su responsabilidad hacer leyes más justas, para que les asista en sus trabajos y puedan así contribuir decisivamente a promover el reconocimiento integral de los derechos humanos mediante la defensa de la vida.

Por los Obispos de México,
+ Carlos Aguiar RetesObispo de TexcocoPresidente de la CEM
+ José Leopoldo González GonzálezObispo Auxiliar de GuadalajaraSecretario General de la CEM

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